Rebeca es emigrante de ciudad pequeña. Cántabra de origen, lleva en la capital desde los 18. Se dio cuenta joven de su orientación sexual, algo por lo que inocentemente le preguntó a su abuela. “Es otra forma de amar, pero has de ser discreta porque no está bien visto”, le respondió. Ahora, a sus 60 años, Rebeca es la abuela que cultiva la diversidad con su nieto. “Él comenta en el cole que lo van a buscar su abuela y su novia y se queda tan ancho. Así debería ser”.
Aún con el optimismo que siempre ha defendido, “las premisas de una educación que te enseña de manera más o menos velada que eso que sientes no está bien… pesa”. Probó ese estilo de vida que le vendían como el adecuado, se casó y tuvo dos hijos. “Acabé divorciándome porque asumí que no congeniaba con un hombre”.
Asumió que la militancia era necesaria para ayudar a otras mujeres a vivir de la manera que quieran, “especialmente con mujeres mayores, porque o bien han estado durante años en sus particulares cuarteles de invierno y al romper con su pareja están solas, o han tenido que interpretar el papel del matrimonio heterosexual y aún se mantienen armarizadas, y el armario es algo que pasa factura”.
Apela al drama generacional de esperar a que los hijos sean mayores para atreverse a dar el paso, al “prefiero las chicas” entre susurros y con todo el pavor del mundo a la palabra “lesbiana”. No tienen sitios donde encontrarse más allá de reductos de grupos de lesbianas mayores como el de la Eskalera Karakola, y si el hoy ya resulta complicado, se pregunta qué ocurrirá cuando cumplan más años y se vean en la hipotética necesidad de recurrir a una residencia geriátrica. “Si el resto de compañeras hablan de sus nietos y sus maridos, ¿habrá preparación por parte de profesionales para integrarme y que no tenga que armarizarme de nuevo?”.
El presente es fruto de un pasado reciente de llamar timbres y ojo en mirilla para poder entrar en locales de ambiente. “No eran clandestinos, pero lo parecían”. Critica que todo lo comenzaron copando los hombres gays: “Queríamos juntar la fuerza de todas las siglas de lo LGTB pero te encontrabas un chochos no por lema; tenían una gran misoginia que aún pervive en muchos de los gays de mi edad”. Critica una sociedad eminentemente gay que deja en segundo plano lo “LTB”. “Las lesbianas asumimos esa doble invisibilización por nuestra orientación sexual y nuestra condición de mujer, y esto no puede seguir así. Hay que romperla tengas 60 o 20 años”.
Rebeca siempre estuvo detrás de una pancarta, y ahora tiene por estandarte los valores de diversidad e igualdad enarbolados por su nieto cuando dice con toda la naturalidad del mundo que tiene dos abuelas. Toda lucha por ampliar derechos tiene un sentido.