“Si no estabas reconocida socialmente, si no podías tener familia… Quedaba la nocturnidad”. Chueca era, sobre todo en sus inicios a comienzos de los 90, la noche. La artista Elena Tóxica la experimentó a sus veintipocos, cuando aún no se denominaba comúnmente barrio gay.

“Convivíamos las personas mayores que ya habitaban el barrio con la comunidad LGTB, aunque no había muchas lesbianas y, de hecho, creo que en estos años se ha ido haciendo progresivamente una identificación mayor de las lesbianas con el barrio de Lavapiés”. A partir de esa vida nocturna, fueron aflorando bares, sex-shop y otros negocios de día “que favorecieron las distintas manifestaciones de la identidad de género y la sexualidad, aunque parece que se le ha permitido más al hombre, porque la lesbiana con pluma sigue estando mal vista”.

Reconoce el gran empuje para la visibilización que supusieron los negocios, “pero la construcción de la sociedad siempre ha estado en un pulso con el mercado”, refiriéndose a la gentrificacion del barrio y su posterior puesta en valor como un escaparate con luces de neón las 24 horas. “Aún con las posibles críticas, las asociaciones LGTB han luchado y han conseguido mucho”, concede.

Suma del altruismo, la solidaridad o las ansias de rentabilidad económica, concluye la artista, pasó de ver “a cuatro gatas medio tapadas en las manifestaciones, a adolescentes besándose en el metro”. Chueca como “la muestra perfecta de la velocidad del cambio en España”. El día y la noche de un barrio que pasó de lo marginal a lo franquiciado.