Afloran palabras en la madrugada del Empordá. Me pregunto: ¿Qué tienen que decirle las instituciones públicas culturales a la performance? Devolver las instituciones a la gente, democratizarlas, feministizarlas, pasaría por abrirlas a prácticas que cuestionan las propias formas de funcionamiento y de expresión.

Laura Corcuera

‘Transparent 2’, Mar Serinyà, Performance on methacrylate, 2012..

‘Transparent 2’, Mar Serinyà, Performance on methacrylate, 2012.

“En el ámbito del arte nosotros somos lo último de lo último de lo último, aunque después se mencione constantemente. Cualquier centro de arte o museo menciona siempre la performance cuando habla de su agenda, pero no es verdad. Programan una acción de un artista famoso, pero ninguna institución trabaja la performance como procedimiento específico ni intenta conocer qué pasa en este ámbito y quiénes lo están trabajando. La acción es un procedimiento artístico muy divorciado del museo, imaginamos que es porque no tiene objeto (pero es una excusa). El museo no sabe cómo relacionarse con la acción”. Joan Casellas lo decía sin tapujos.

“Me parece muy bien que se programe a Marina Abramovic, pero ¿qué diferencia hay entre una exposición individual y un ciclo de performance anual? Está clarísimo: al museo le va el genio (varón blanco pudiente, a ser posible), la figura, la individualidad. No le interesa el estudio colectivo. Ésta ha sido la constante en los museos de arte contemporáneo de Europa, y sobre todo, de España”, continúa el director de la Muga Caula, que también es performer.

En el Estado español, todavía hoy los únicos que organizan eventos de acción son artistas de acción. ¿Por qué lo hacemos? Porque si no, no lo hace nadie. No sé qué te dirán Dennys Blacker (FEM), Nieves Correa (AccionMad), Rubén Barroso (Festival Contenedores) o Ana Matey (Matsu), pero puedo imaginarlo. Aquí (en La Muga Caula) lo hacemos muy contentos y felices. Gracias a esto existimos, pero es tan agotador y nos come tanto el terreno de nuestro propio trabajo artístico que a veces nos preguntamos si vale la pena”, dice Casellas.

“La parte creativa no es el problema, pero la administrativa... En La Muga tenemos una fórmula que es muy agotadora, pero no te condiciona si hay un cambio de gobierno: tenemos muchas mini-fuentes de financiación”, cuenta Teresa Ramírez, que se encarga de las subvenciones.

Desayuno temprano con Chicu, uno de los perros de la casa que durante la noche ha hecho un cuadro con su manta. Teresa se va a trabajar. Es enfermera. Y una gestora activista cultural, como habéis deducido. Joan prepara algo en la cocina. Me habla del Archivo Aire, un registro de experiencias performativas que ha cumplido 25 años. Casellas me hace un mapa de memorias. Recuerda que entre 1990 y 1997, Marta Domínguez Sensada y las hermanas Buxó Pagespetit (Sònia y Mònica) formaron el grupo C72-R. Las tres preparaban al detalle acciones conceptuales y casi invisibles en la ciudad de Barcelona.

“En Catalunya la performance ha sido una rama muy fuerte y muy silenciada”, afirma Casellas, que cita también a Clara Garí, cofundadora del Centro de Creación Contemporánea Nau Côclea de Camallera, donde hacen residencias y experimentos desde 1996. Impensable lo que se cuece en la provincia de Girona. Quizás lo más visible hoy pase por el BOLIT Centre d'art contemporani de Girona o por la Galería Lola Ventós de Figueras, pero cada pueblo es una sorpresa.

Ramírez vuelve del trabajo. Casellas termina las tareas de la casa. Me llevan a Aiguamolls. En medio de construcciones agresivas con la naturaleza, hay una reserva protegida gracias a las movilizaciones de una plataforma ciudadana. Vamos a Terra Negra, una casa-taller en la orilla del mar que fue construida y habitada por el pintor y grabador anarquista Prim Fullà (1932-2015). Una de sus hijas ha colectivizado la casa para que residan artistas. Amelia Burke coordina allí Fabricants de Futur, un proyecto sobre la adaptación de la gente al austericidio capitalista y el futuro económico, político y filosófico. Empezó como documental (Damià Puig Augé, 2009) y el 30 de abril de 2017 se inauguró como exposición en Terra Negra.

De Sant Pere Pescador me voy a Barcelona. Sala Beckett. Obrador de filosofía y teatro con Marina Garcés y Albert Lladó. Nos proponen pensar juntas. El camino va en una dirección. Los márgenes, en todas las demás. Cultura significa cultivar. “Cultivar la vida frente a sistemas tanáticos o tanadores”, dice Marina. Frente a la incitación al odio, frente a la polarización de mundos: la fractalización de fronteras y frontalidades. Ahí estamos cientos de personas pensando las palabras que encubren el asesinato masivo, pensando las palabras que generan código pero no generan comprensión.

“¿Qué puede pasar? ¿Qué puede acontecer?”, se preguntaba Marina Garcés en Las prisiones de lo posible (2002). Ésta es la pregunta de la filosofía, de la performance y de la vida, que son indisolubles. La pregunta del millón. Entonces aparecen el director de la Beckett Toni Casares y el performer Isil Sol Vil, que coordina Materic, espacio autogestionado de L'Hospitalet de Llobregat centrado en el arte de acción. Nos vamos juntas a tomarla. Matamos palabras como “artistas” y “creadores”. Alumbramos otras como “artegadores” (base de artesanado, en plural y en catalán).

Si la necesidad de cambio fue expresada en los comienzos del XX por el dadaísmo, también las dadaístas, la revitalización estética y la base para el performance entraría en la España franquista por Catalunya. En los primeros años 50 abren vía artistas como Josefa Tolrà, Esther Boix o Antoni Clavé, y colectivos como Dau al Set y Cobalto 49, los Salones de Octubre, los Ciclos Experimentales de Arte Nuevo, las revistas Ariel y Algol...

La parte más importante de la práctica de la performance llega a Barcelona en los años 70, gracias a un grupo difuso y variado llamado artistas conceptuales. El arte conceptual responde a unas directrices estéticas concretas: la liberación. Como ha documentado en su investigación Maite Garbayo, otros cuerpos aparecen entonces además de los de las artistas: los cuerpos de las activistas feministas.

Cuerpos connotados como “femeninos” ocupan el espacio público en el tardofranquismo. Estos cuerpos ponen la memoria en primer plano y tienen una carga de género que hoy sigue aplastando y que proviene de la ideología nacional-católica, por supuesto androcentrista y heteropatriarcal.

Más que la represión policial (Ocaña, en sus paseos peformativos por las ramblas de Barcelona, sería detenido varias veces) lo que opera en los 70 es la censura. Así que las estrategias estéticas sirven para sortear esa censura. A partir de lo estético se dicen las mismas cosas. De otra manera. Se dice lo que no se puede decir.

Cuarenta años después, seguimos rompiendo fronteras, sorteando censuras, no sólo económicas. Cruzamos límites, creamos espacios, ponemos en acción nuestros cuerpos y ponemos en práctica nada más y nada menos que nuestras vidas. En esta madrugada fría de enero, Isil Sol Vil y yo cruzamos otra frontera, la rambla Badal. Llegamos a Materic, L´hospitalet de Llobregat.