Los lunes a la tarde

Rebeca Nguissani 

Es lunes por la tarde y a pesar de que para muchos el día más odiado de la semana ya esté llegando a su fin, para otras comienzan las tres horas más intensas de la jornada. Los colegios e institutos cercanos ya han cerrado sus puertas, por lo que los alumnos se marchan: algunos para su casa, o se van a extraescolares, o “a hacer los deberes de matemáticas” mientras entre suma y resta aprovechan para grabar vídeos que después subirán a Instagram. En definitiva, lo que haría hoy día cualquier adolescente de entre 14 y 17 años. Sin embargo, hay un grupo de 10 chicas que, con las mochilas llenas de fotocopias dobladas entre los cuadernos, se dirigen al local de SOS Racismo Bilbao para recibir clases de refuerzo escolar. Son las 17:10 de la tarde y Omar, como todas las tardes, se encuentra en su mesa trabajando. Nada más abrir la puerta del local ahí se le ve, sentado frente a su ordenador. Las chicas entran con un potente: “¡Hola, Omar!”, a lo que él responde asintiendo con la cabeza. Ellas corren a la sala contigua donde hacen sus deberes, allí les espera una de las voluntarias, Istar. Aunque las chicas le llaman profe, ella no se siente como tal. Todas las personas que participan en las clases de refuerzo echando una mano a las estudiantes, son voluntarios que ofrecen sus facultades de forma gratuita, simplemente para ayudar. A pesar de ser un espacio frío y gris, en cuanto se llena de estudiantes toma aspecto de salón de estar, parecida a la de cualquier casa familiar. Tres mesas grandes, una pizarra y unas cuantas sillas, sirven para hacer los deberes y preparar los exámenes. Otra voluntaria entra a las “clase” y el comienza el bullicio/alboroto

ALUMNA1: ¡Hola, Paula!

ALUMNA2: ¡Paulaaaa, por fin! Te echábamos de menos, eh. Que sepas que vamos fatal. Hemos suspendido inglés otra vez.

ALUMNA1: Pues aunque Lara no te lo quiera decir, ha suspendido latín con un tres. Yo he suspendido lengua y Martina también.

PAULA: A ver, a ver… Por partes que acabo de llegar de trabajar por Dios.

Mientras, al fondo en la mesa rectangular, están otras tres alumnas con Istar haciendo fichas de euskera. “Odio Euskera de verdad. Me desespera, no sé de qué me va a servir”, dice una de ellas desesperada porque sigue sin entender del todo cómo funcionan los esaldi konpletiboak. Los aditzak es otro asunto que les perturba. Se les oye discutir a dos de ellas. Están intentando adivinar qué verbo va en el hueco de la tercera frase del ejercicio. “No chicas. Pensad primero ¿cómo pedís ir al baño? Fijo que en clase, esa frase, se la decís mucho a andereño. Pensadlo bien”, les intenta hacer comprender Istar. Ella no puede disimular su cara de asombro al advertir que las chicas no recuerdan tan siquiera como se dice el verbo ir en euskera. En una mesa apartada está Isabel haciendo biología.

Ella es nueva. Parece tímida y algo retraída. Se ve que está sufriendo con el ejercicio que está haciendo, pero le da vergüenza pedir ayuda. Así que hace como si estuviese haciendo algo pero en realidad está pendiente de la regañina que está soltando Paula. “Lo que no se puede es estudiar de un día para otro chicas, no sé cuántas veces os lo voy a decir. Encima, de poco sirve si aquí nos dedicamos dos horas a estudiar si después guardáis los apuntes hasta el día antes. De verdad que me da impotencia vuestra dejadez ¿no os dais cuenta de que si vosotras mismas no os preocupáis, nadie lo hará? Se os debería caer la cara de vergüenza”, les replica la voluntaria con un tono un tanto crispado. Alguna de ellas baja la cabeza. Las demás siguen copiando el examen que han suspendido. Si repiten el examen corregido en el cuaderno, el profesor les sube un punto a la nota.

ALUMNA2: Es que tú no nos entiendes. Nadie nos entiende. Deberías venir un día al insti y hablar con la de inglés, así verías como es.

ALUMNA3 (hablando desde la otra mesa): ¡Es verdad! Ella nos odia. Tiene un grupo de favoritos y a nosotras no nos tiene en cuenta. Encima dice que yo soy mala influencia y no deja que el resto se acerque a mí, y eso me duele porque no lo soy. Mi madre sabe inglés y flipa cada vez que suspendo, no lo entiende. Ya verás la bronca que me va a caer por volver a suspender.

ALUMNA2: Ella tiene un grupo de blanquitos y solo les hace caso a ellos. Nosotras no existimos.

PAULA: ¿No será que os dedicáis a estar hablando continuamente en clase? Encima ni os esforzáis en estudiaros los irregular verbs, ¡que son una tontería! Eso no tiene que ver con la profesora, o te lo sabes o no. No tiene vuelta de tuerca

ALUMNA3: Que no, que no. Lo de los verbos, vale ok, pero de verdad que nos tiene manía. Yo ya me he hecho a la idea de que, si sigue ella como profesora, nunca aprobaré.

PAULA: Mirad, yo no puedo comentar ni criticar a la profesora porque no sé cómo trabaja. Solo os puedo decir una cosa: en la vida os vais a encontrar con gente que ame su trabajo, y con otros que no tanto. Así que intentad centraros en hacer las cosas bien. Pasad de eso asuntos y demostrad lo que valéis. Haced que vuestras amas se sientan orgullosas, que por ellas estáis aquí.

Después del rapapolvo de la voluntaria el silencio reina toda la sala. Lo único que se oye es el movimiento de los bolis sobre el papel. Ya nadie se atreve a hablar. Parece que el mensaje ha calado. “Me tengo que ir Paula. Mándale un Whatsapp a mi madre diciéndole que salgo ya de aquí. Ella ahora está en el bar trabajando y me ha dicho que le avise cuando salga”, dice una de ellas. Lo cierto es que la mayoría de quienes asisten a las clases de refuerzo son chicas. Muchas de ellas provienen de familias inmigrantes, en algunos casos monoparentales, en las que la madre es quien lleva la batuta en los estudios de sus hijas. Ellas no tienen cómo ayudarles con sus deberes debido a la cantidad de horas de trabajo que realizan y a la falta de recursos. Con lo que, estas clases de refuerzo gratuitas, han supuesto un alivio para ellas.

Poco a poco se va vaciando el local.

Ya son las 18:50 y las voluntarias ya parecen cansadas. Fuera, con el cielo ya oscuro, algunas esperan a su compañera que le quedan dos frases de lengua por acabar. “¡Martina, te esperamos abajo que vamos a comprar!”, le avisa una de ellas. Al oír eso, Martina se apresura en acabar y recoger rápido para alcanzar a sus compañeras. Las voluntarias se quedan solas.

PAULA: Buff, Istar no sé cómo vamos a seguir lo veo muy negro. En nada no podré seguir dando clase, no conseguimos voluntarios… No sé si merece la pena. Estoy pensando en tirar la toalla

ISTAR: No te preocupes que de esta salimos fijo. Ya verás que conseguimos gente guay que nos eche una mano. Encima estas están mejorando y si cerramos les haremos una faena.

PAULA: Venga intentaré ser más positiva.

Al final hemos creado un grupo bonito, y bueno, para mí ellas son como mis hermanas pequeñas. Me siento identificada con ellas. Se lo que es sentir que no puedes, que en clase los profesores se guíen por tu piel y no den ni un duro por ti. Eso es fuerte, pero estamos aquí para que crean en ellas mismas y se superen.