En Les Escaules, un pueblo del Empordà donde viven casi 90 habitantes, Joan Casellas y Teresa Ramírez organizan cada año el encuentro de performance y poesía de acción 'La Muga Caula'. Refugio para artistas, Marcel Duchamp llegó a este pueblo gerundense al final de su vida.

Laura Corcuera

'Acción de la finlandesa Inari Virmakoski (dcha) junto a Eva Arbones (izda) en XIII La Muga Caula 2017. Foto: Paco Justicia.

Acción de la finlandesa Inari Virmakoski (dcha) junto a Eva Arbones (izda) en XIII La Muga Caula 2017. Foto: Paco Justicia.

Les Escaules es un pueblo donde viven 90 personas, de las cuales más de la mitad tiene más de 85 años. Un castillo recorta el cielo y un río templado surca las colinas aledañas hasta convertirse en cascada. Entro en la Unión Escaulenca, donde me ponen una cerveza del país mientras espero a que lleguen Joan Casellas y Teresa Ramírez, los promotores de La Muga Caula, Trobada de performance i poesía d'acció. Teresa y Joan están preparando la 13 edición del festivalque se ha realizado entre el 15 y 17 de septiembre de 2017.

Charlo con el compositor barcelonés Jordi Cervelló, que está usando la conexión de internet del bar. En todos los pueblos de alrededor viven artesanos y artistas que acuden a La Muga Caula cada septiembre desde hace trece años.

Llegan Casellas y Ramírez. Me llevan a Can Burgas, la casa familiar donde viven con los hermanos de Teresa, la madre, la tía y dos perros. Can Burgas es un refugio para poetas y artistas de acción. La familia Ramírez compró la casa en los 70. Allí el padre de Teresa crearía la asociación Damas Calvet para promover acciones culturales en el pueblo.

El Empordá es una zona que ha atraído históricamente a gente creativa. “Es como una maqueta del mundo entre el mar y las montañas –dice Casellas–. Los hijos de la burguesía catalana se fascinaron por este territorio en el XIX. Desde entonces, la tierra cultiva artistas. Joan Brossa y Salvador Dalí son algunas raíces, pero no las únicas”.

El nombre de la Muga Caula quiere decir “frontera caliente”. Es el cruce que se encuentra con las artes. “Joan lo eligió como nombre del encuentro años antes, en 2001, durante las concentraciones y acampadas en las plazas de Barcelona junto a personas migrantes subsaharianas”, explica Ramírez.

Casellas es un fanático de Marcel Duchamp. Me cuenta que existe una vieja fotografía donde Duchamp aparece en la cascada de la Caula. Duchamp llegó a este pueblo al final de su vida y –según Casellas, que lleva 24 años estudiando el tema– el precursor de los ready-made se interesó por el lugar “porque encontró en este salto de aguas cálidas (el salt de la caula, en catalán) una cascada que él había imaginado cincuenta años antes, la cascada del Gran Vidrio, que no se ve pero existe, y que Duchamp describe en las Notas de la Caja Verde”. Duchamp habría hecho su última obra Étant donnés 1 / La Cascade 2, a partir de la cascada caliente de Les Escaules.

Así que estoy aquí, en esta escuela duchampiana algo fetiche, muy surrealista, donde la práctica de la performance ha ido evolucionando desde 2004, año en que empezó a gestarse el festival, justo en el 40 aniversario de la visita de Duchamp. Aperitivo de arbequinas en el salón. Anécdotas, libros, carteles y revistas. “En la Muga Caula se crea un núcleo de gente, un corpus de potencia enorme. Quizás habría que explotar más toda esa energía y creatividad, pero no sé si tenemos fuerzas. Podría ser la brasa para algo más”, piensa Ramírez.

En la cena recordamos a Kubra Khademi, la artista y activista afgana que en 2015 tuvo que huir de Kabul amenazada de muerte por su performance Armor, basada en su experiencia personal y en la situación de acoso sexual que las mujeres afganas aguantan a diario en Afganistán. En febrero de 2015, durante ocho minutos, Khademi se paseó por el centro de Kabul con una armadura de metal que ella misma había creado enfatizando las partes de su cuerpo. Debajo llevaba el hijab tradicional. El mensaje era claro: “No quiero que me toquéis”. Los hombres reaccionaron violentamente y Khademi terminó la acción metiéndose en el coche de un colega para protegerse. La artista tuvo que exiliarse a París. Aquel año Joan y Teresa le dieron apoyo material y afectivo para rehacer su vida en Francia. También la invitaron a performar en la XI edición de la Muga Caula. Hizo Being. Una performance donde ella está tirada en la carretera y dos hombres se turnan para mover su cuerpo a patadas hasta llegar al pueblo. El artista Lluis Alabern modificó aquella acción y se llevó a la Khademi en brazos.

Era septiembre de 2015. Casellas y Ramírez me acogieron a mí también sin conocerme. Llegaba de Barcelona con una panda trash para terminar allí la acción laboratorio L'Encarnació. En el pueblo conocimos a otrxs performers como Eugenie Kuffler, Mireia Zantop, Adelaide Maresca, Carles Hac Mor (in memoriam), Ester Xargay, Óscar Abril, Susana Villanueva o Kamil Guenatri, que venía de Toulouse con su silla de ruedas electrónica y dos asistentes para mostrarnos el mar, la espuma y el sol en su cuerpo.

En septiembre de 2016 yo regresaba como performer con la acción PEC Piensa El Corazón y volvía a fascinarme con la presencia Kubra Khademi. Era la edición homenaje al movimiento dadaísta en su 100 aniversario. Ben Patterson, performer del movimiento fluxus y protagonista del cartel de aquella XII edición, moriría poco antes. En su lugar nos juntamos con Ann Noël, otra veterana fluxus que venía de Berlín. Performamos una docena de personas, entre otras, Martine Viale (Perpignan), Franzisca Siegrist (Oslo), Ritha Rainho (Cabo Verde) y el poeta Josep Sou de Alicante. Creamos una tribu. Sí. Una comunidad. Lo interesante no era ver una performance, sino una constelación de prácticas. Como si el conjunto de aquellas expresiones diferentes en el mismo tiempo y espacio fuera lo importante.

“Han pasado 100 años del dadaísmo, 53 años de la creación del grupo ZAJ, 55 del nacimiento del movimiento Fluxus, 58 del happening, 60 del colectivo japonés Gutai, pionero en la pintura de acción. Pero el arte que ha triunfado es el de las grandes individualidades”, repite Casellas.

Seguimos en esta genealogía de la performance. El primer manifiesto intermedia que implica acción es el manifiesto futurista de 1909. “Hoy la diferencia entre una acción y otra cosa exactamente igual es la voluntad de serlo”, dice Casellas. El tema irá saliendo a lo largo de esta Ruta. Las arbequinas (o el vino) se nos han subido a la cabeza. Los tres nos acostamos.