Antes de reanudar la ruta a Valencia, en el séptimo día de viaje me atrevo a compartir una hipótesis manifiesto: Después de cuarenta años reproduciendo formas, discursos y estéticas parecidas, las prácticas de performance van a mutar y van a cuajar de una forma particular en el sur de Europa, siendo 2020 el año de su consagración simbólica. 

Laura Corcuera

Black Market International. Jacques Van Poppel.

Black Market International. Jacques Van Poppel.

A primera hora de la mañana la bruma del mar se puede oler en las calles de L'Hospitalet. Las vías del tren llevan rato despiertas. Marina Barsy, Isil Sol Vil y yo hacemos la última acción en un solar de Santa Eulàlia. El Jardín. Se acercan tres rumanos que duermen allí. Nos miran curiosos y nos preguntan a grito pelado qué estamos haciendo. “Estamos haciendo performance”. Para ellos estamos toqueteando los objetos del solar que guardan allí con el ánimo de vender. Les prometemos dejarlo todo como estaba.

Dos tríos dialogan desde el entendimiento. Los actantes (no sólo espectadores) tienen más información del lugar que quienes hacen la performance. Los actantes han modificado la sustancia de nuestra acción. No podía ser de otra manera. Ésta es otra diferencia con el teatro: la performance no necesita público. Y en el caso de que exista, la performance no quiere “mirones”, “espectadores pasivas”, busca observadores. La observación como un comportamiento activo (respetuoso y ético) que tiene que ver con la intervención. Cerramos la acción. Apagamos la cámara.

Terminamos hambrientas. La performance es como una paella. “Le puedes echar lo que quieras, que seguirá siendo una paella”, dijo Esther Ferrer en 2009. Isil, Marina y yo nos despedimos. Amor Subversivo. Cuidados eXtremos. Arranco la furgoneta. Me voy hacia tierras valencianas. Comeré por el camino.

Mientras hago kilómetros con el mar a la izquierda, ordeno en la cabeza la información recogida en Catalunya y cuento gaviotas. Paso fugazmente por Tarragona, mirando de reojo una infancia posible en Torredembarra. En la performance todo es posible. Como en la informática y en la vida. Sigo bajando hacia el Sur.

Paro en una gasolinera a la altura de Castellón. Pausa. Pausa. Pausa. ¿Me han seguido las gaviotas catalanas? La Ruta de la Performance puede necesitar otro mapa de nombres y festivales. Llevo días anotándolos en el cuaderno. Radiaciones solares con brisa de mar. Me como un bocata y dibujo el mapa.

No es aconsejable negar lo evidente. Escribo ahora desde otro lugar que no es Castellón, cuya universidad pública tiene una arquitectura muy creativa.

Como la escritura es así de mágica, si quiero puedo trasladarme y trasladarte a otros espacios/tiempos. A otras ciudades antes de llegar a Valencia. Poznan (Polonia) año 1985 arranca el movimiento Black Marcket International. Nueva York año 1987 nace el colectivo Critical Art Ensemble. Cuenca año 1992 empieza la actividad de Cabello/Carceller. Tres lugares. Tres tiempos. Tres experiencias comprometidas que observan las estructuras de poder y opresiones que les ha tocado vivir.

'Ca-dos-m'- Por Cabello Carceller

'Ca-dos-m'- Instalación de Cabello/Carceller

Pero no son sólo tres. Hay cientos de lugares-experiencias-colectivos, miles me atrevería, que comparten con Poznan, Nueva York y Cuenca la vivencia de la performance, la indisoluble relación vida-arte, la producción de estéticas que atraviesan materias e ideas, el salto “del pensar al hacer” (como dicen en Madrid), la creación artística en colaboración, el pensamiento crítico puesto en común, desde una especie de situacionismo anticapitalista, ecologista y feminista en las postrimerías del siglo XX.

Antes de reanudar la ruta a Valencia, en el séptimo día de viaje me atrevo a compartir una hipótesis manifiesto:

Después de cuarenta años reproduciendo formas, discursos y estéticas parecidas, las prácticas de performance van a mutar y van a cuajar de una forma particular en el sur de Europa, siendo 2020 el año de su consagración simbólica.

Hermanada con la tecnopolítica anarquista, la performance –dibujada como una constelación de expresiones honestas, inteligentes y creativas– cortocircuitará los modos de vida consumistas y el propio mercado del arte (capitalista, racista y patriarcal, como los sistemas sociales y económicos que lo alimentan). Y propondrá una alternativa concreta (homenaje a la poesía concreta) ligeramente impensable en 2017.

La performance ya está siendo un mecanismo de alteración de conciencias y producción de estéticas impensables en 1997. Expresiones y dinámicas que resquebrajarán los modos colonialistas de percepción de la propia vida en las próximas décadas. ¿Facebook? ¿Twitter? ¿Instagram? El siglo XXI –habitado en sus comienzos por la guerra global permanente, el asesinato generalizado, la corrupción y el terrorismo multiforme, por innumerables fronteras segregadoras, estafas económicas, eclosiones sociales, desafecciones políticas, colapsos ecológicos, pobreza, crisis de sentido, nihilismos y rupturas culturales– se apoyará en la performance para no suicidarse.

La performance, en su potencia inclasificable, (re)creará Zonas Temporalmente Autónomas. Y lo hará sobre aquellas expresiones que unas cuantas valientes empezaron a hacer en los años 70 del pasado siglo XX y que otras cuantas valientes desarrollarán durante las primeras décadas del nuevo milenio.

Estas prácticas de la performance, hoy brotes experimentales que crecen en bancales, tendrán una apariencia distinta y ayudarán a clarificar “el sentido de la existencia en común”, como diría la filósofa. Es sólo una hipótesis salvaje nacida del deseo y de la pérdida de miedo al error. Nacida en las carreteras del levante español. Se intentará desarrollar en los próximos años.

Me fumo un cigarrito y retomo la Ruta de la Performance. Mediterráneo, tierra de pasión. Mediterráneo, donde brilla el sol. Mediterráneo, muertes, abusos, demasiado control. Mediterráneo, noches de multicolor. Qué locura. Cómo permanecer cuerda en esta coyuntura. Arte, conflicto, política y vida no se pueden separar para entender.

Sacar materia para una performance en el Corredor del Mediterráneo es como abrir la boca en el fondo del mar. “Componer vivencias (que son saberes) para comprender el mundo”, me escribe la investigadora Mafe Moscoso. Lo que intento con esta Ruta es transferir vivencias. Observo, describo y me asombro. Sigo en Castellón. ¡Recoñes bailaos! Dice la Dionisia de Calahorra. ¿Y si no necesitamos mapa ni brújula? le pregunto a Marina Garcés. Entonces pienso que quizás, antes que un mapa, necesitamos escuchar antes nuestra intuición. Interrelacionarnos. Confiar. Aceptar el misterio y disfrutar del viaje. Arranco la furgoneta. Conduzco a 120. El sol se va por la derecha antes de llegar a la ciudad de Valencia.

Casa de Ignacio Bofarull, amigo valenciano-aragonés y fotógrafo que me va a acoger por unos días. Nacho trabaja llevando dos restaurantes y con ello mantiene una galería de arte en el centro de Valencia que no ha inaugurado, a la espera del momento. Es una galería sensible a la performance. Cenamos una pizza Singapur. Mañana tengo una cita en la Facultad de Bellas Artes, Universidad Politécnica de Valencia, con Bartolomé Ferrando (Valencia, 1951), poeta, ruidista, performer y profesor. ¿Maestre de maestres?