En 1981, Emma Molina Theissen, una joven activista de Guatemala, fue detenida por el Ejército y llevada al destacamento de Quetzaltenango; ahí fue torturada y violada en múltiples ocasiones. A los diez días logró escapar y, como venganza, el Ejército se llevó a su pequeño hermano, Marco Antonio, que por entonces tenía 14 años. Nunca más se supo de él.
Cuatro militares acaban de ser condenados por unos hechos que ocurrieron hace 37 años.
Ada Valenzuela / Comunicadora social, directora de la Unión Nacional de Mujeres Guatemaltecas, integrante de la Coordinación Nacional de la Red de Defensoras de Derechos Humanos de Guatemala.
Julio 2018
¿Qué hacías tú a los 14 años?, ¿cómo lo recuerdas?, fue la primera pregunta que me hicieron hace unos días en una entrevista para hablar del caso Molina Theissen; la voz se me quebró por un instante; 14 años tenía Marco Antonio cuando el Ejército de Guatemala lo secuestro y desapareció.
Era 1981, Emma Molina Theissen, una joven activista, fue detenida por el ejército y llevada al destacamento de Quetzaltenango; ahí fue torturada y violada en múltiples ocasiones, a los diez días logró escapar y como venganza el Ejército se llevó a su pequeño hermano. ¿Te parece cruel?, es difícil entender cómo algo así pudo pasar; pues eso pasó durante 36 años en Guatemala.
A los 14 años yo cursaba el segundo básico del ciclo de educación media, intentaba escribir una primera novela, (la cual nunca terminé); no quería tener novio pero ya sentía hormigueos en el estómago; a esa edad estaba saliendo de la adolescencia y en medio de una dura situación económica que me obligaba a madurar tempranamente. No se habían firmado los acuerdos de paz en Guatemala, aún escuchabas aquello de “no te metas, no hables mucho, deja de criticar que te van a matar, saber en qué andaba por eso lo mataron”; quería ser maestra y periodista, mi familia no estaba muy de acuerdo, pensaban que con la primera profesión me iba a morir de hambre y con la segunda me iban a matar.
“Hemos decidido vivir”, escribió y dijo con firmeza Emma en los últimos días del juicio y esas palabras se han convertido en una bandera de lucha por la justicia, decidir vivir a pesar del dolor humano por las injusticias, vivir hasta encontrar a Marco Antonio, vivir para que se haga justicia, vivir para que no se vuelva a repetir.
Durante el debate oral y público desarrollado entre los meses de marzo y mayo del año 2018, fueron juzgados cinco militares de altos rangos y condenados cuatro. El exjefe del Estado Mayor del Ejercitó Benedicto Lucas García, el exjefe de la segunda sección Manuel Antonio Callejas y Callejas, y el exoficial S2 Hugo Ramiro Zaldaña Rojas, encargado de inteligencia, fueron condenados a 58 años de prisión por delitos contra la humanidad, violación con agravación de la pena y desaparición forzada. Mientras que Luis Francisco Gordillo, comandante militar de la base Manuel Lisandro Barillas, donde estuvo detenida ilegalmente Emma, fue condenado a 33 años de prisión inconmutables por violencia sexual con agravación de la pena y delitos contra deberes de humanidad.
El Caso Molina Theissen, como el Caso de Sepur Zarco, ha demostrado que la violencia sexual fue utilizada como una estrategia contrainsurgente por parte del Ejército de Guatemala para el control de los cuerpos y territorios de las mujeres.
Las mujeres jóvenes en el país siguen enfrentándose a la violencia sexual, nosotras hablamos de la violencia como un continuum en la vida de las mujeres, producto de la historia prolongada de despojos y violencia que hemos vivido como pueblos; a eso le sumamos el patriarcado y un “Estado” incapaz de proteger la vida de las mujeres.
A los 14 años las sonrisas son cómplices entre amigas, recuerdo mucho como al pie de la hermosa ceiba que estaba en el patio del instituto nos sentábamos a platicar del futuro, de lo que queríamos hacer y de lo que nos daba pereza también. Salir a la calle no era muy seguro, recuerdo con desagrado como algunos hombres me acosaban e incluso intentaban tocarme; lo que pasaba lo entendí años después, en ese momento solo recuerdo la sensación de asco que me provocaba. A los 14 no quería morir, solo quería crecer y vivir.
La justicia llegó 37 años después, luego de la lucha incansable de las valientes mujeres de la familia Molina Theissen. Nunca es fácil hablar de la violencia que pasa por nuestros cuerpos y menos enfrentar a una sociedad que aún tiene internalizadas muchas de las opresiones, pero para reconstruir el tejido social que quedó altamente dañado es necesario seguir buscando justicia por las desaparecidas, los desaparecidos y masacrados durante la guerra en Guatemala.
Luego de la histórica sentencia que develó el terrible papel del Ejército durante el Conflicto Armado en el país y condenó a altos mandos militares, la familia hizo un pronunciamiento público donde entre otras cosas dicen: “Estamos profundamente conmovidas por la amplia solidaridad que nos ha rodeado, como un inmenso abrazo de amor que ha cruzado Guatemala y sus fronteras”. Es bueno saber que tenemos un país que está despertando y entendiendo una historia que ha sido mal contada y que se ha ocultado a las nuevas generaciones.
Doña Emma Theisen, Emma Guadalupe, Ana Lucrecia y María Eugenia Molina Theissen seguirán buscado a Marco Antonio y caminaron en medio de las críticas y los discursos de odio por el duro camino hacia la justicia; mujeres admirables las cuatro. La dignidad tiene nombre en Guatemala, nombre de mujeres valientes que decidieron vivir.