Galicia, semilla de nación agrogay

Lo queer no nació en la academia, nació muchos años antes entre la retranca gallega, entre las “madriñas” que se empoderaban para sacar adelante sus tierras, su economía y sus seres queridos. Entendiendo el mundo rural como espacio de activismo transformador, un grupo de activistas reivindica la cultura “agrogay”.
Bárbara G. Vilariño

Galicia es el país del millón de vacas, decía el académico y escritor gallego Manuel Rivas. Galicia es fin de viajes iniciáticos con su Camino de Santiago, con sus peregrinos como parte del paisaje que tiene por peaje la comarca da Ulloa. Aquí, seis personas tardaron seis años en encontrarse para, como siempre ha ocurrido en las batallas de la igualdad, ganar la guerra reapropiándose de los términos. Del agro, de la diversidad sexual en este entorno, y de esta conjunción cósmica y terrenal nace la filosofía agrogay, cultivada dentro del colectivo Agrogays da Ulloa. Lo agrogay ha cambiado muchos pareceres y hasta la propia geografía: Palas de Gay -Palas de Rei-, Monterrosa -Monterroso-… Y como no se le puede poner puertas al campo, este activismo con raíces motivó un primer festival agrogay que se convirtió, con su azada enarbolada sobre la bandera multicolor, en un fenómeno viral objeto de estudio de las políticas de diversidad sexual en el ámbito español y europeo, como el II Congreso European Rainbow Cities.

El festival agrogay comenzó como una celebración familiar en una granja ecológica, acuñada bajo un concepto alejado del de explotación industrial, y llevada por una mujer lesbiana. Evolucionó en un evento que en 2016 ha sumado su tercera edición conservando sus valores desde la autogestión y el cooperativismo, con la necesidad de limitar aforo a 600 personas. “Este cooperativismo entre toda la vecindad de la comarca y la dignificación del patrimonio, del ecologismo y de lo rural es en definitiva la esencia de lo agrogay; va más allá de lo LGTB”, explican Marta, Gina y Laura, las mujeres de este colectivo.

Un festival para públicos diversos, desde la Ulloa al Québec

Toda la comarca de la Ulloa, acogida o no en las siglas LGTB, se sumó a los dos primeros festivales agrogay. Familias con hijos, heterosexuales, vecinos, ganaderos… Era y es motivo de orgullo, un orgullo ampliado al manido del mes de junio, por demostrar que lo rural es espacio de vanguardia, por ofrecer una alternativa lúdica diurna para todos los públicos. "Se distingue de la tradicional fiesta gay centrada exclusivamente en el consumismo y en el ocio nocturno, aquí hubo algo especial para personas desde los 80 a los cinco años”, subrayan.

El orgullo agrogay de Monterroso emocionó en Cataluña, Inglaterra y hasta en Québec, desde donde se manifestaron otros colectivos deseosos de replicar la iniciativa. Vista la potencia del discurso, apuestan por algo aún más revolucionario de cara a la próxima edición: repensar la diversidad sexual en el rural con colectivos que previamente no se habían sentado a debatirlo, como la asociación ecologista ADEGA y el Sindicato Labrego Galego, en los que predominan las filas masculinas. Este plato fuerte estará moderado por el coeducador Ángel Amaro, quien defiende que las prácticas LGTB siempre han estado en el rural y que no son resultado histórico de algo hecho y pensado en la ciudad.

En la última edición de 2016 las madriñas, mujeres que decidieron no casarse, fueron protagonistas del festival. “Ellas son el modelo de empoderamiento”, explica Gina, que “con 80 años siguen trabajando sus tierras, cuidando los animales… La figura femenina está muy invisibilizada en el rural, el espacio en el que precisamente es eje y centro de todo, porque el hombre suele hacer la campaña una vez al año mientras que ellas se dedican a las tareas duras del día a día”.

Los caminos del Camino

En la comarca da Ulloa se encuentran todos los pasos que quieren pisar la piedra de Santiago de Compostela. No es de extrañar que en el fondo, tantas lenguas hagan de la apertura el idioma universal. Aquí también se encontraron Gina y Laura, peregrinas que nunca completaron el Camino de Santiago físicamente, pero sí en lo espiritual. Alcoi y Buenos Aires coincidieron en un refugio de la Ulloa y allí se enraizaron con la promesa de irse cada año. Y van siete. “El contacto con la tierra, aún con sus partes más crudas, es lo que te hace percatarte de que hay otros tiempos, de porqué todo tiene su maduración, su época y su momento” defiende Laura. Gina añade que “es una perspectiva que se pierde en la ciudad, cuando lo tienes todo a golpe de supermercado”. Ambas admiten que si han sentido algún tipo de rechazo fue por el hecho de proceder de ámbito urbano, no por ser una pareja de mujeres.

“Por amor” es la contundencia del motivo de Marta, viguesa reconvertida al rural por una relación que se cortó a los tres meses de instalarse. “¿Qué iba a hacer allí? Ya no podía dar marcha atrás. La casa de mis padres estaba cerca de una granja, así que me lancé y aprendí a ordeñar, andar en los tractores…”. Y en 16 años pasó de urbanita a un referente en ganadería ecológica y desarrollo sostenible, todo con una gran seña de identidad: una granja colorida, cuidada, donde las vacas escuchan Fangoria y música clásica, en contraste con la concepción pragmática de la mayoría de grises explotaciones ganaderas. Supo reinventar su idea de negocio rescatando el sabor de las galletas de nata de la cocina de antaño, sus maruxas, y ese arrojo, ese mimo y esa dedicación acabaron por callar las críticas de un entorno ganadero eminentemente masculinizado. “Ahora son ellos los que vienen a mí a preguntarme cómo pasarse a lo ecológico y sostenible”, apunta.

Entre vacas, en otro cruce del Camino, se encontraron con el músico Davide Salvado y el profesor de baile Gabriel Reboredo. Iban buscándose con el apoyo de una yegua que tuvo a bien necesitar un reposo en la Ulloa. El descanso como excusa ayudó a tejer redes que les hablaron maravillas de la vida rural en Liulfe, el lugar donde solo dos casas rompen la armonía de un mar de campo donde el viento silba entre la hierba y los caballos flotan entre la espuma sonora. Como a Gina, Laura y Marta, les resultó imposible no quedarse a componer una sinfonía grupal.

 

Economía sostenible, ecologismo y lazos de afecto se juntaron en un cóctel acabado de servir por Lalo, gerente del pub punto de encuentro de Palas de Rei y del Modus Vivendi, uno de los primeros de esa etapa final del Camino en Santiago de Compostela. Esa ciudad que iba a ser fin quedó en el horizonte de la Ulloa, donde se encontraron los agrogays, a título individual y grupal, en un camino, sin mayúscula pero mayúsculo.

Agenda agroqueer contra la ruralfobia

"Hay una idea preconcebida de que a lo rural hay que salvarlo de la LGTBfobia, y no, hay que salvarlo de la ruralfobia de la ciudad", explican las agrogays señalando la explotación que sufre: precios de la leche por los suelos, contratos a la mínima... El coeducador Ángel Amaro señala que esta dinámica marcada por el entorno urbano asocia el rural a un espacio de retroceso, y plantea si el éxito radica "en tener 20 vacas o una factoría en la ciudad".

Sobre el prejuicio del campo como un espacio de LGTBfobia, Amaro destaca que históricamente "lo rural en Galicia tiene un gran patrimonio inmaterial queer, siempre ha sido lugar de resistencia antifranquista, de foliadas, de retranca, de juegos, de una dialéctica propia por medio de un feminismo muy vivencial".

¿Por qué estos discursos no han salido de su ámbito más directo? "Porque no se considera una interlocución válida al no venir de un espacio legitimado, no hay una retroalimentación de la llamada academia a lo rural, ni viceversa. El Orgullo es el de la ciudad y no el del campo, así que quedan invisibilizados hechos históricos como la primera boda gay en 1061 o la primera entre mujeres en el caso de Marcela y Elisa en 1901".

Amaro incide en la necesidad de crear una agenda agroqueer, "con enfoque ecofeminista, con raíces en lo comunitario y en el cooperativismo", que beneficie al colectivo de personas diversas. Las agrogays lo suscriben porque admiten que las agresiones al colectivo LGTB persisten "tanto en lo rural como en la ciudad" y aclaran que esto se debe, en parte, "a la falta de referentes por la visibilización en cualquiera de los dos ámbitos".

El tocino y la velocidad, el lacón con grelos y lo gay

La repercusión del festival agrogay y la continuidad del mismo animó a otras zonas rurales de Galicia a replicar la inicativa... O al menos, intentarlo. El Concello de Lalín, con gobierno de izquierdas tras demasiadas legislaturas de Partido Popular, promueve en el mes de carnaval distintas celebraciones gastronómicas y culturales relacionadas con el tradicional cocido gallego de la comarca.

Este año, como novedad, decidieron dedicar un espacio al Cocido del Orgullo, para el que llamaron a colectivos LGTB de Galicia -entre ellos, los Agrogays da Ulloa-. En tiempo récord el Concello dispuso de todo el arsenal activista de los propios colectivos y regó el programa con viño da casa trayendo a Carla Antonelli para presentar su documental.

Con más presupuesto y más recursos, el impacto fue menor del esperado. Ángel Amaro tiene claro su análisis: "Quisieron chuequizar Lalín". Añade que esta supuesta apertura obedece a una estrategia de marketing, "incorpora el elemento marica para atraer a más público a una fiesta gastronómica heterocentrada, lo cual gentrifica la reivindicación del colectivo... Corremos el riesgo de banalizar lo LGTB".

Los dientes de león de la Ulloa no acabaron de encontrar tierra donde crecer en Lalín, pero esas semillas de nación queer que volaron del cruising de semillas del festival agrogay llegan un poquito más al sur de la Ulloa, hasta Ourense, donde emigró de retorno a su ciudad natal el agrogay Gabriel Reboredo. "Se están cultivando iniciativas muy similares, ya hay ecoaldeas en Ourense y grupos que ya no se sienten únicos y solos gracias a nuestra salida del armario rural". Y es que en la Ulloa, en Ourense o en el Québec, ya se sabe que la naturaleza siempre encuentra su espacio.

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